La sucursal del banco rojo es más lenta y calurosa que la del banco azul. La fila avanza lentamente y el hastío reflejado en mi rostro luego de media hora se ve aumentado debido a la música de Los Quincheros que tienen puesta a todo volumen, responsables ellos de generaciones de personas que odian todo lo que huela a folcklore. Sus insípidas e insufribles tonadas patronales me hacen doler la cabeza. Y pensar de que para mucha gente ese tipo de sonidos es su mayor aproximación de lo rural, o bien, ir a esas “fiestas de la chilenidad” que solo conozco por los noticieros pero que me parecen una mazamorra de elementos supuestamente chilenos pasados por la licuadora para que alguna gente tenga un pincelazo de lo que se vive fuera del radio urbano de la capital.
Es bipolar la relación que existe entre la capital y lo rural. Por una parte la vida rural se le idealiza y ensalza como solución mágica a los problemas comunes de las urbes, llenándose esa visión de elementos que harán más feliz la existencia. Por otra parte, la ruralidad es despreciada, vista como una realidad alejada, como si fuese otro país. Para muchos, el campo es vida pero los “hombrecitos” del campo son personas dignas de ser caricaturizadas y estafadas.
El día domingo me encuentro leyendo “El Mercurio” cuando me topo con un aviso a página completa de la parcelación cuya publicidad también se encuentra en el paradero fuera de mi casa. Decenas de parcelas de 5.000 m2 alrededor del embalse a varias UF el terreno. Poco a poco la comuna se ha ido poblando de estas “parcelas de agrado” lo que se puede apreciar fácilmente en la febril actividad de los supermercados los fines de semana con carritos llenos de carne y cerveza, y en estas fechas de septiembre donde se puebla de vehículos y se hacen tacos en lugares inverosímiles, todos disfrutando de las hermosas vistas, actividades y el clima de esta zona. Todos buscan su lugar donde relajarse y vivir “el campo”, aunque sea sólo por unas horas. Pero ellos se encierran en su pequeña parcela recreativa e ignoran lo que realmente se vive en el mundo rural, ese mundo de arduo trabajo lleno de luces y de profundas sombras también.
Porque la gente que habitará en un futuro cercano ese gran loteo donde actualmente solo hay pasto, árboles, matorrales y pájaros solo de dedicará a disfrutar su estancia sin relacionarse con las comunidades que habitan el lugar. Conocerán la parte amable, pero desconocerán las historias de sacrificio, de pobreza eterna y extrema, de explotación, marginalidad y alcoholismo. Se perderán las historias de ingenio, de superación, de tradiciones centenarias, de vida comunitaria, de fuertes lazos familiares y del disfrute de cosas sencillas.
¿Se imaginarán estos nuevos habitantes de fin de semana que el nombre de la comuna proviene de la leyenda del brujo que fue capaz de transformar una montaña de oro en granito? ¿Se darán la molestia de saber que antiguamente todo era un inmenso fundo, que los primeros eucaliptus fueron plantados a las faldas del cerro, que ésta fue la primera ciudad planificada paisajísticamente en Chile? ¿Se les pasará por la mente que a solo un par de kilómetros hay viejos a los que se les trata con sumo respeto debido a su condición de “tue-tué”? O que a la Virgen se le corta el pelo todos los años por que le “crece”, o que el Niño Dios de Las Palmas sale a caminar por las noches y es por esa razón que todos los años se le tiene que confeccionar zapatos nuevos a la imagen de yeso. O que Pelumpén se llama así por las extrañas luces que surcan sus cielos desde épocas inmemorables y que uno si camina por polvorientos caminos puede encontrarse con cofradías de “chinos” cantando versos a las animitas, o con animales y plantas hermosas y únicas. Nada de eso sabrán.
Y no lo sabrán porque no les interesa, porque no vendrán a integrarse a la comunidad ni a ser parte de la historia. Solo vendrán a disfrutar del aire, de su piscina y su verde pasto, y nada fuera de su cerco de pitósporos le llamará la atención mayormente. Espero que contribuyan a la economía local y no pase lo que sucede en el Cerro Alegre de Valparaíso. Espero que alguno se interese por el lugar donde descansa o donde celebre sus festividades, donde tiene puesto sus sueños de un buen lugar donde vivir, aunque sea unos fines de semana al año. Pero creo que la mayoría sólo quiere disfrutar de sus 5.000 m2 de falso paraíso.