Invasión

viernes, octubre 26, 2007

Las orugas negras han desaparecido, aunque algunos ejemplares los encontré cerca de mis lechugas, al lado de mi pila de compost. Pero ya han desaparecido de los pisos y su viscosa presencia ya parece ser cosa del pasado. ¿Se habrán convertido en mariposas? Ni idea, puede que se hayan convertido en cualquier otro artrópodo. No le quise comentar de esta "invasión" a mi amigo Cristian, entomólogo él. Por que claro, hay gente que se dedica al estudio de los insectos y le dedica tiempo de estudio y trabajo. Esto que podría considerarse una excentricidad es algo de lo más importante para la actividad económica del país y que merece todo el respeto del mundo.

Tengo un vago recuerdo de infancia de ver a mi pueblo invadido de mariposas monarcas apareciendo desde los troncos de los ya casi centenarios plátanos orientales y convirtiendo el aire en un batir interminable de alas naranjas. Me veo a mi mismo golpeando a los árboles para ver a las mariposas volar por los aires ¿fue cierto o lo inventé yo? Capaz que lo haya visto en alguna serial gringa y lo incorporé a mi memoria como propio, esto por que nadie más ha hecho algún recuerdo de aquello y puede que jamás haya sucedido, aunque es una bonita historia que nunca jamás ha sido repetida. No se han dado las condiciones climáticas y magnéticas para una nueva invasión lepidóptera, o bien, tengo un implante y parte de mi niñez es falsa, cosa que no deja de tener cierto atractivo.

Estas alzas de temperaturas de los últimos días ya provocaron en mí el clásico tostado "a lo camionero", marca constante de mi trabajo al aire libre. Uno de mis alumnos me contaba que se viene una ola de calor de proporciones, cosa que tiendo a creer dado la onda polar de proporciones de que venimos saliendo. Aunque está la alta probabilidad de que sea mentira, dada la peculairidad de mis alumnos, mamones en extremos ellos, que me reclaman por que mucha materia, de que tienen trabajos que hacer, que hago las pruebas muy difíciles, que las hago muy largas, etc. O sea, encuentro normal que una prueba universitaria dure aproximadamente dos horas, menos de eso es que está muy fácil o que me puse flojo y las preguntas no las hice suficientemente capciosas. Es que me pongo diablo a la hora de crear preguntas, verdaderos y falsos, alternativas y casos prácticos.

Y cuando salimos a terreno siempre me preguntan la identidad de cualquier bicho volador. Y yo no siempre sé, o si no lo invento. Y luego llego a mi casa y ahí están, cucarachas u orugas viscosas, o la próxima invasión que llegue. Y ahora, seguiré viendolas, armando un proyecto de apicultura.

Si no es obsesión insectívora, solo es que me perseguirán hasta la tumba.

Resumidero

miércoles, octubre 17, 2007

Sabía que traería consecuencias, sabía que se vengarían de mí. Heme ahí sentado mirando la televisión cuando un movimiento sospechoso alteró mi campo visual. Una cucaracha me miraba detenidamente a unos centímetros de mi rostro. Reprimiendo el pánico me levanté de un brinco buscando el arma ideal: insecticida. Debe haber sido enviada para vengarse luego de que las traté de repugnantes, pero no contaban con mi arma química dispuesta a ser empleada. Apunté directamente y rocié sobre ella una dosis como para matar a varias de ellas. Su muerte fue inmediata, pero tuve el problema de deshacerme del cadáver, limpiar la evidencia y hacer que todo pareciese un accidente. Envolví en un pañuelo desechable el cuerpo ya inmóvil y la alcantarilla fue su destino final.

Pero ahora tenía el problema de que el ambiente había quedado tóxico e irrespirable luego del certero asesinato. Abrí la puerta para respirar algo de aire puro, observando algunos tejados, los plátanos orientales de fondo y a la derecha las altas y antiguas palmeras de la vieja casona, aquella que iba a ser convertida en supermercado pero que hasta el momento sigue ahí, porque parece que el negocio se vino abajo y un gran letrero de “se arrienda” da la bienvenida. Así que aún mis pesadillas no se cumplen y todo sigue más o menos igual, porque otra cadena minorista ya compró terrenos al costado de la remodelada estación de trenes para construir ahí su proyecto comercial. La mano invisible del mercado le dicen a eso.

Ingreso a mi hogar, el olor a químico se ha ido pero el miedo a un nuevo atentado talibán en mi contra me hace registrar algunos rincones para detectar la presencia del enemigo. Reviso con mis cuatros ojos, pasando por guardapolvos, muebles, repisas, incluyendo a aquella que tiene guardada esos viejos videos vhs que creo yo tienen ese mensaje rebelde pero que no he querido revisarlos porque no tengo donde hacerlo y uno de los videos es un betamax y ahí sí que no tengo donde diantres verlo. Además que tengo la sospecha de que esos videos desaparecieron hace mucho tiempo y lo que queda ahí es solo una vieja película del gordo Porcel y sus gatitas.

Ver en los ochentas a Porcel era “la” oportunidad de ver algo de piel, aunque supongo que ahora esos filmes nos parecerán aburridos y tontos en extremo. En los noventas, durante mi adolescencia, ver piel femenina en una pantalla era un poco más fácil, pero solo un poco. Para eso siempre estaba el amigo “pornito”, aquél que disponía de los recursos y la soledad parental necesaria como para compartir con los amiguitos filmes explícitos, los cuales, a falta de una educación sexual como la gente, respondía a nuestros cuestionamientos y curiosidades. Porque algo así como educación sexual no tuve, sino una serie de intentos por llenarme de culpabilidad católica a través de tiernos gatos simulando un coito y una interminable presentación de diapositivas de penes deformes como coliflor. Entre eso y una triple equis, no había mucho donde perderse. Así, una cándida Tracy Lords nos mostraba un mundo nuevo para nosotros a través de una vieja tele IRT blanco y negro mientras afuera el senador Ominami disfrutaba un choripán recién salido de la parrilla, ignorante de lo que pasaba por las mentes del hijo del anfitrión y su séquito de amiguitos.

Ahora muchas cosas están tan fáciles de obtener, sin pasar por peripecias. Así es como hace algunos días leí que Radiohead dejaría su nuevo disco, “In rainbows” en su página con la posibilidad de descargarlo al precio que uno estimara pertinente. Así tal cual, uno le ponía el precio al disco. Siendo honesto, no lo creí, no podía ser cierto tanta marvilla. Ingresé a la página, me inscribí, coloqué la cifra, y me enviaron un correo de regreso indicándome que próximamente me enviarían el link correspondiente. Un par de días después, tenía el disco completo descargado en mi laptop para mi completo disfrute y jolgorio. Un amigo intentaba ese día infructuosamente hacerlo, la página había colapsado, pero ya estaba disponible en decenas de blogs para compartirlo, dando una bofetada a las disqueras y la forma tradicional de distribuir y comercializar la música. Ya lo había intentado Prince al regalar discos por doquier en sus conciertos, o The White Stripes al vender su último disco en formato pendrive. El precio promedio hasta el momento que se ha puesto al disco ha sido de 7 libras. No deja de ser un buen negocio.

No he visto más cucarachas a la vista. Pero han aparecido unas extrañas orugas negras, las cuales miré con simpatía la primera vez, pero al no poder saber de donde aparecen y ver como dejan una estela viscosa negra a su paso no me ha quedado otra que iniciar un nuevo ataque. Parece que en mi batalla nunca tendré descanso.

Insectario

jueves, octubre 04, 2007


Las cucarchas me dan profundo asco. Me dan asco sus antenas moviéndose de un lado para otro, su brilloso color oscuro y su rapidez para alejarse de la luz. Me da asco que uno las pise y salga una sustancia blanca y a veces un parásito desde su interior abriéndose pasa entre los órganos reventados. Me alejo con repugnancia frente a su presencia. Me da resquemor eso de que sobreviven a la radiación y que si uno les corta la cabeza, siguen viviendo hasta morir de hambre. Eso me da escalofríos.

He asesinado muchos, muchos bichos en mis casi tres décadas de existencia. Cuando pequeño le declaré la guerra a las hormigas, luego que éstas invadieran la cocina comiendo todo a su paso. Cual general, salí airoso al patio e identifiqué los hormigueros fuentes de la invasión, y preparé mi arma, el cual era una avejentada manguera. Quería ahogarlas. Fantaseaba con inundar e inundar hasta llegar a la hormiga reina, la cual me la imaginaba inmensa e indestructible. Una vez eliminada, sus vasallos no tendrían oportunidad conmigo.

La técnica del agua no resultó como esperaba. Las hormigas nadaban para mi sorpresa, y al ver su hormiguero semidestruido presurosamente sacaban sus huevos y ninfas para ponerlas a salvo y volvían, luego de un par de días, a construir su hogar. Nunca pude ver a la hormiga reina. Opté, entonces, por aplicar el principio contrario: fuego. A pesar de la marca presente en mi mano derecha que me recuerda que no hay que jugar con fuego, no escarmiento. Así que quemé el pasto alrededor para ver si podían morir de calor. Ya traspasada esa línea, lo siguiente fue probar cosas como detergentes u otros químicos caseros inyectados directamente a la entrada. Para mi sorpresa las hormigas disminuyeron, se fueron o fundaron hormigueros en otros lados del patio, aunque creo que la llegada del otoño tuvo harto que ver en eso.

Terminé teniéndoles respeto a las hormigas. Eran formidables constructoras. Aprendí que algunas razas de hormigas cultivan hongos, otras esclavizan a otras hormigas (mis favoritas) y, ya en la universidad, aprendí algo que sucedía ante mis narices sin yo percatarme: la famosa relación homóptera-formicidae, hormigas protegiendo y ordeñando a los pulgones, conchuelas y escamas que cubrían ese viejo naranjo, adoptándolas como verdadero ganado como fuente fácil de azúcares. Formidable.

Para cuando tuve que hacer un insectario pensé que la tenía fácil: no contaba con una sequía de proporciones que hizo que no hubiera ni abejas por el aire. Difícil fue encontrar los 300 bichos que, como mínimo, tenía que contener el famoso trabajo. Sin ganas de andar por las calles con una malla mariposera, tuve que recurrir, medio humillado, a mis despreciadas cucarachas, las cuales murieron para yo obtener una nota medianamente decente. También cacé esas hormigas de cerro grandes, negras y de fuerte mordedura. Hasta unos bombus polinizadores me “robé” de los campos. Avispas, abejas, escarabajos, todo cabía en mi “cámara de los horrores”, frasco con algodón y alcohol donde iban a morir los artrópodos. Peor la tenían las mariposas: para que quedaran bellas era necesario quebrar sus alas para que quedaran rectas. Suenan, en serio.

Finalmente tuve que arrendar bichos a un amigo para cumplir con la meta, aunque entre mis logros fue el cazar una bellísima avispa “pepsi”, de magníficos colores azules y rojos y un tamaño digno de respeto. Una popular “madre de la culebra”, hermosísimo coleóptero gigante adornó uno de los rincones del insectario. Sin embargo, me enorgullecí el haber capturado un insignificante bicho volador, pequeño y gris. Al principio no me percaté de su peculiaridad, solo al verlo de cerca para clasificarlo me di cuenta de su alargada forma y la presencia de dos “burbujas” transparentes en los costados de su abdomen. Llevados a laboratorio ante mi incapacidad para saber de qué se trataba, vi como el profesor miraba y miraba y buscaba y buscaba libros y me preguntaba de donde lo había sacado y como y buscaba en gordos tomos entomológicos hasta dar con su clasificación.

Ya evaluado, a mi insectario le faltaban bichos. Varios. Busqué al negrito de las burbujas. No estaba. Se lo habían llevado para instruir a las nuevas generaciones. Lo eché de menos, era un bicho raro como yo.