Sabía que traería consecuencias, sabía que se vengarían de mí. Heme ahí sentado mirando la televisión cuando un movimiento sospechoso alteró mi campo visual. Una cucaracha me miraba detenidamente a unos centímetros de mi rostro. Reprimiendo el pánico me levanté de un brinco buscando el arma ideal: insecticida. Debe haber sido enviada para vengarse luego de que las traté de repugnantes, pero no contaban con mi arma química dispuesta a ser empleada. Apunté directamente y rocié sobre ella una dosis como para matar a varias de ellas. Su muerte fue inmediata, pero tuve el problema de deshacerme del cadáver, limpiar la evidencia y hacer que todo pareciese un accidente. Envolví en un pañuelo desechable el cuerpo ya inmóvil y la alcantarilla fue su destino final.
Pero ahora tenía el problema de que el ambiente había quedado tóxico e irrespirable luego del certero asesinato. Abrí la puerta para respirar algo de aire puro, observando algunos tejados, los plátanos orientales de fondo y a la derecha las altas y antiguas palmeras de la vieja casona, aquella que iba a ser convertida en supermercado pero que hasta el momento sigue ahí, porque parece que el negocio se vino abajo y un gran letrero de “se arrienda” da la bienvenida. Así que aún mis pesadillas no se cumplen y todo sigue más o menos igual, porque otra cadena minorista ya compró terrenos al costado de la remodelada estación de trenes para construir ahí su proyecto comercial. La mano invisible del mercado le dicen a eso.
Ingreso a mi hogar, el olor a químico se ha ido pero el miedo a un nuevo atentado talibán en mi contra me hace registrar algunos rincones para detectar la presencia del enemigo. Reviso con mis cuatros ojos, pasando por guardapolvos, muebles, repisas, incluyendo a aquella que tiene guardada esos viejos videos vhs que creo yo tienen ese mensaje rebelde pero que no he querido revisarlos porque no tengo donde hacerlo y uno de los videos es un betamax y ahí sí que no tengo donde diantres verlo. Además que tengo la sospecha de que esos videos desaparecieron hace mucho tiempo y lo que queda ahí es solo una vieja película del gordo Porcel y sus gatitas.
Ver en los ochentas a Porcel era “la” oportunidad de ver algo de piel, aunque supongo que ahora esos filmes nos parecerán aburridos y tontos en extremo. En los noventas, durante mi adolescencia, ver piel femenina en una pantalla era un poco más fácil, pero solo un poco. Para eso siempre estaba el amigo “pornito”, aquél que disponía de los recursos y la soledad parental necesaria como para compartir con los amiguitos filmes explícitos, los cuales, a falta de una educación sexual como la gente, respondía a nuestros cuestionamientos y curiosidades. Porque algo así como educación sexual no tuve, sino una serie de intentos por llenarme de culpabilidad católica a través de tiernos gatos simulando un coito y una interminable presentación de diapositivas de penes deformes como coliflor. Entre eso y una triple equis, no había mucho donde perderse. Así, una cándida Tracy Lords nos mostraba un mundo nuevo para nosotros a través de una vieja tele IRT blanco y negro mientras afuera el senador Ominami disfrutaba un choripán recién salido de la parrilla, ignorante de lo que pasaba por las mentes del hijo del anfitrión y su séquito de amiguitos.
Ahora muchas cosas están tan fáciles de obtener, sin pasar por peripecias. Así es como hace algunos días leí que Radiohead dejaría su nuevo disco, “In rainbows” en su página con la posibilidad de descargarlo al precio que uno estimara pertinente. Así tal cual, uno le ponía el precio al disco. Siendo honesto, no lo creí, no podía ser cierto tanta marvilla. Ingresé a la página, me inscribí, coloqué la cifra, y me enviaron un correo de regreso indicándome que próximamente me enviarían el link correspondiente. Un par de días después, tenía el disco completo descargado en mi laptop para mi completo disfrute y jolgorio. Un amigo intentaba ese día infructuosamente hacerlo, la página había colapsado, pero ya estaba disponible en decenas de blogs para compartirlo, dando una bofetada a las disqueras y la forma tradicional de distribuir y comercializar la música. Ya lo había intentado Prince al regalar discos por doquier en sus conciertos, o The White Stripes al vender su último disco en formato pendrive. El precio promedio hasta el momento que se ha puesto al disco ha sido de 7 libras. No deja de ser un buen negocio.
No he visto más cucarachas a la vista. Pero han aparecido unas extrañas orugas negras, las cuales miré con simpatía la primera vez, pero al no poder saber de donde aparecen y ver como dejan una estela viscosa negra a su paso no me ha quedado otra que iniciar un nuevo ataque. Parece que en mi batalla nunca tendré descanso.