Balcandes

domingo, enero 27, 2008

Ayer, un tanto adormecido por la trasnochada del día anterior y por el concho de licor de níspero que me había tomado, esperaba que dieran el recital de Goran Bregovic por TVN, programado a la insólita hora de 01 am. La semana pasada había sido uno de entre la masa de gente que saltó y trató de corear algo en la jerigonza que resulta para nosotros los idiomas balcánicos, disfrutando del grato y relajado ambiente y pensando que hacía 24 horas había cambiado definitivamente de folio y ya podían llamarme treintón con fuertes fundamentos los cuales ya no podría rebatir. Demonios, sigo sintiéndome un “adolescente mayor” como me gusta definirme, soltero sin hijos y pensando pendejadas todo el día y sinceramente con cero motivación de formar familia. Sé lo que dicen, “soltero maduro maricón seguro”, cosa que no me ofende dado que es sólo una información errada pero la presión por comportarse como un adulto de 30 se hace sentir a veces y no dejo de pensar cuantas personas adoptan los compromisos propios de la adultez sin pensarlo mucho y se casan y tienen hijos y luego se dan cuenta que no querían nada de eso o lo querían de otra forma pero ya es tarde retroceder sin dejar heridos en el camino.

Los bronces resuenan sobre el escenario y las voces de las búlgaras del coro con sus camisas bordadas y sus flores en la cabeza llenan la noche. Lo ideal hubiera sido haber escuchado esto mismo en Cartagena, con los pies en la arena y un melón con vino en la mano, cosa que no pude hacer por razones logísticas, llámese mandarme el pique en auto hasta allá y regresar luego y quien me quiere acompañar y si manejo no puedo lo del melón con vino por que definitivamente más atados con los carabineros no quiero. Así que me conformé con el recital en el Parque Araucano, que es mismo que el de Cartagena pero menos popular, definitivamente ahí el melón con vino desentonaba completamente.

Pensé en mis padres. A esa misma hora ellos estaban en el Festival del Huaso escuchando a los músicos del Cinzano. Raro que estén los músicos del Cinzano en el mismo escenario donde horas antes habían estado los Quincheros, tipos a los que culpo directamente de que generaciones de personas odien el folcklore en todas sus formas, imposible no odiar sus tonaditas patronales cargadas de cursilerías, esa parada de dueño de fundo que aún llora lo que le expropiaron hace casi 40 años atrás. Que facho eso del “patito chiquito”, que aburrimiento más grande, definitivamente me quedo con los viejitos del Cinzano con sus sonidos porteños.

Antenoche pasé por fuera del Cinzano, pero estaba repleto, mucho turista engrupido lo invade en estas fechas, no queda otra que mandarse su pitcher de Kunstmann en El Picante, donde resuenan lejanos bronces provenientes de los Balcanes…..¿o los Balcandes?

Chiloé: cielos cubiertos ( II Parte)

miércoles, enero 16, 2008



Al día siguiente amaneció con lluvia. Una ducha helada y un café bastaron para ya estar despierto recibiendo a los invitados, muchos de ellos familiares míos, otros familiares de mis familiares e incluso un grupo de iquiqueños quienes disfrutaban maravillados la fina lluvia que caía. Mientras algunos preparaban la carne y otros los palos para asar, yo ayudé con el fuego y con colocar una lona como techo para la lluvia. Nuevamente, descubrí que poseo poquísimas habilidades manuales y resulté más un estorbo que una efectiva ayuda en las tareas, pero las habilidades de los demás hizo que en un par de minutos ya había espacio suficiente para que la gente se pudiera sentar alrededor del fuego y pudiese observar cómo, lentamente, muy lentamente, los grandes trozos de carne de cordero y chancho se asaban y escurría la grasa por los palos. El dueño de casa se encargaba de girar los palos cosa que no es nada de fácil debido al peso y al calor y la infinidad de comentarios como “ese trozo no se asará”, o “están mal colocados los palos”, etc. Mucho ingeniero y poco obrero decía uno por ahí. Nos turnábamos, un rato lo hice yo y me entretuve durante 10 minutos hasta que el asunto definitivamente se transforma en tedio y el humo y el olor a carne asada empiezan a hastiar un poco, pensando que se toma alrededor de 3 horas llegar a un punto óptimo de cocimiento. Para esa hora el sol ya había aparecido entre las nubes y muchos, entusiasmados, se sacaron suéteres y chaquetas y se pusieron al sol; mientras yo me mantenía cerca del fuego para secarme y los miraba sabiendo que se resfriarían prontamente, los genes chilotes presentes en mí me decían que era lo correcto.

A la hora de comer reinaba el sol. El aire libre, el verde campo alrededor, un cielo azul salpicado de blanquísimas nubes, las fuentes rebosantes de carnes y mi estómago rugiendo fueron suficientes motivos para zamparme en cosa de algunos minutos un par de grandes trozos de cordero, sin perder tiempo en ensaladas ni papas, dado que eso lo puedo comer en mi casa (exceptuando, claro está, la majestuosa papa chilota) y mi objetivo era consumir la máxima cantidad de cordero posible, aunque eso significara reventar.

Quiero dejar en claro que no soy ningún sádico que le guste ver sangre y tripas por doquier, para mí el hecho de matar un animal para comérselo (y comérselo entero y con gusto) es mucho más sano que comer en un McDonalds o alguna cadena similar. Lejos, pero lejos, prefiero conocer que es lo que me voy a comer antes que comer alguna hamburguesa plástica llena de azúcares y colesterol, preservantes y colorantes varios en medio de plásticos colores chillones y asientos incómodos. Para mí el hecho de poder observar el proceso de sacrificio del animal no me provoca ni pena ni alegría, es sólo parte de un proceso natural bajo el cual las personas domestican y crían animales para luego consumirlos. Si la pena reinara, mucha gente en el campo simplemente no tendría que comer ni tendría una fuente de ingresos importante, es parte de la vida cotidiana de muchísimos lugares, así como para muchos es dirigirse a un gran supermercado y comprar la carne en una bandeja plástica. Claro que puede ser chocante ver matar a un chancho, que grita muchísimo y da la pelea hasta el final cuando se le entierra el cuchillo en el corazón si uno no tiene la costumbre de verlo, pero es una escena que se repite mucho en el campo y me ha tocado verlo en varias oportunidades (¿ninguno de Uds. ha ido a un matadero, cierto?). Yo lo viví cuando era niño y creo no tener ninguna secuela de ver transformado un chancho en carne, chicharrones y prietas. Creo.

Digo esto por los comentarios escritos y por una pequeña encuesta realizada por mí hacia mis cercanos. Invariablemente, los hombres me declaraban lo “increíble”, “sabroso” y “maravilloso” que resultó la experiencia; las mujeres, por su parte, me declaraban frases como “qué pena el corderito”, “cómo pudiste hacerlo” o bien “no me sigas mostrando fotos que te odiaré por siempre”. Qué raro que cuando se comen un completo o compran la carne en el supermercado lo disocien tan rápido del concepto de ser vivo. Me sorprende a veces la cantidad de gente que nunca ha visto carnear un animal, o a una gallina poner un huevo, u ordeñar una vaca (no niños, la leche definitivamente no viene con sabor a chocolate) ni se preocupan por saber los procesos de obtención de sus alimentos ¿o seré yo el nerd que se preocupa de esas cosas?

Y al otro día, aún digiriendo lo comido, estábamos viajando de regreso muy temprano en la mañana, viendo el amanecer reflejarse en los palafitos, comiendo en el camino el último milcao y luego un largo retorno a casa, cruzando bosques, lagos y ríos, ciudades y pueblos, rumbo a la cotidianidad.

Chiloé: cielos cubiertos

viernes, enero 04, 2008



Me sentí un tanto ridículo parado ahí, con mi cámara en mano y mi chalequito Zara observando como los demás corrían tras los animales. Supe de inmediato que estorbaría más que lo que ayudaría y decidí actuar como un maldito turista observando un hecho pintoresco. Nos habíamos trasladado junto con mi primo al villorio de Colo, famoso por su iglesia declarada junto con otras de Chiloé como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Colo es, en resumidas cuentas, la iglesia, tres casas y mucho campo, un lugar similar al caserío donde mi madre nació. Yo sacaba y sacaba fotos a mi primo y a los demás que correteaban los corderos por el campo, ya que el dueño de los animales no tenía apiñadero y había que correr por ellos, tarea nada de fácil. Finalmente los dos corderos que necesitábamos fueron capturados, amarrados, pagados y colocados en el portamaletas del auto. Si, en el portamaletas, ya que no había camioneta para transportarlos y tuvimos que recorrer los 20 kilómetros de camino de tierra hasta la casa de mi primo con los animales ahí dentro (¿les mencioné que el auto era hatchback?). El suegro de mi primo, chilote de toda la vida, se reía de mí por mi afán de sacar fotos por todos lados a cosas que él consideraba de lo más normal. Claro, porque allá para el Año Nuevo no se compra la carne en una carnicería o supermercado ni se asan en una parrilla, sino que se compran los corderos, se sacrifican y se asan al palo, cosa que considero de lo más saludable y bonita. Así que al día siguiente tocaba abundante trabajo: sacrificar dos corderos y un chancho para el asado del día 01 de Enero de este nuevo año. Según mi primo, quien vive en las cercanías de Quemchi, habría carne suficiente para los aproximadamente 30 invitados, pero lo que no se consideró era que varios de los invitados de esa tarde eran niños y otros ancianos que poco podían comer, por lo que ya me imaginaba el festín de carne de cordero que me daría para el otro día.

Sacrificamos a la mañana siguiente de haber comprado los corderos. Siendo honesto, el “sacrificamos” es un decir, digamos que apoyé en forma moral a mi primo y su suegro en la tarea de enterrar un cuchillo en la yugular, cortar la cabeza, los testículos y cola, sacar el cuero, partir el cuerpo, sacar las tripas, guardar tripas y sangre para hacer prietas, cortar patas y guardar todo, porque nada ha de perderse ya que todo es comible. ¿Habrá vegetarianos en Chiloé? Difícil debe serlo en un lugar donde la humedad y el frío reinan buena parte del año, y donde la vida en el campo requiere de mucha actividad física, y por lo tanto, de una dieta calórica rica en proteínas y grasas.

Decidí junto a un tío ir a Castro a dejar unas cosas y pasar luego a Quilquico, el caserío donde mi madre nació y donde pasé varias de mis vacaciones infantiles. Quilquico también sería famoso por su iglesia si no fuese porque ya hace casi dos décadas se derrumbó producto de los siglos (era una de las más antiguas iglesias construidas por los jesuitas) y el abandono por parte de las autoridades de la época que no supieron destinar fondos y recursos a su restauración, con lo cual se perdió para siempre un patrimonio que es de todos. Antes de irnos de Castro decidimos tomar un “pequeño” tentempié: un ceviche de mariscos en el muelle y luego comprar a un anciana en la calle algunos milcaos, masa de papa hecha tortilla, frita y rellena de chicharrones: una deliciosa bomba de colesterol puro directo a las venas. Quilquico está prácticamente igual, excepto por que el camino está ahora pavimentado, casi no quedan niños y la casa de mis abuelos está al borde de seguir los pasos de la antigua iglesia. Recorrí los campos, visité a antiguos familiares y vecinos los cuales para mi sorpresa me reconocieron rápidamente a pesar de los 5 años que no los visitaba. Visité a mis abuelos en el cementerio, hice de espantapájaros y luego de regreso de Quemchi , donde ya habían sacrificado el chancho y aún faltaba el segundo cordero.

Este año nuevo fue extraño para mí. Ahí, en medio del campo, en casa de mi primo, algunos familiares y la familia de la pareja de mi primo. Comimos chancho a la plancha y pavo. Tomamos vino y ron. Conversamos y nos reímos de todo, tranquilamente, sin el jolgorio característico de esta fecha, sin espectáculos pirotécnicos, sin pensar donde ir ni cómo vestirse ni nada, solo somos los que somos y disfrutar de esa rústica simplicidad de ese Chile que poco y nada aparece en los medios pero que está a la vuelta de la esquina. Disfrutar de el silencio y de las gotas de lluvia que golpeaban el techo, sonido que no siempre tenemos el placer de escuchar en nuestros valles golpeados por periódicas sequías. Y luego a acostarse, al día siguiente vendrían los invitados y habría que hacer muchas cosas, ya que llegarían temprano y el cielo amenazaba con más lluvia.

(Continuará)


Fotos: 1. Canal de Chacao
2. Las ovejas escapadizas.
3. Mi primo y su suegro en carnicera tarea.
4. Quiquico.